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Noviembre 2011
Edición No. 273
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El Borrado

Rufino Rodríguez Garza.

Este lugar es muy rico en arte rupestre, el cual tenía tiempo de no visitar. Creo que conocí primero estos sitios que los de El Pelillal. El tiempo pasa y se nota, bien que mal, que ha habido progreso. Uno de ellos es la carretera pavimentada; aquí conocí al “Chato” (Candelario Flores Olvera y su familia) Inés, Lourdes (+) y Juanito, algunos de la familia Mata y gente que se ha ido y vecinos nuevos que van llegando.

Este es un ejido “rico” pues casi todo el año tienen el agua de la presa. Desde las Esperanzas viendo hacia San Manuel, se ve un tendido de postes y una moderna casa. Se han abierto nuevas tierras al cultivo y de unos años a la fecha se construyeron viveros que desde lo lejos llaman la atención; más de uno está caído por un fuerte aironazo y lluvias torrenciales. En estas obras se siembra tomate, chile y creo que uno es con nopal verdulero.

El viejo puente del Patos entre la Leona y El Pelillal, aquel de tubos metálicos, calderas de máquinas de vapor, fué cambiado por uno de cemento. Pero en lo referente al Arte Rupestre, revisité las pinturas que José Flores Ventura y yo localizamos hace ya más de 15 años. En general están en buenas condiciones, no ha habido vandalismo, quizáz por lo incómodo para llegar. Por donde fui es largo el trayecto, pero evito el paso por la nueva propiedad.

En el inter observamos muy buenas chimeneas y en los barriales, paralelos al arroyo Piedritas, que nace en los alrededores de la presa Las Esperanzas y que entronca con el Patos, en alguna parte del ejido el Pelillal. Algunas, más que chimeneas, parecen túmulos mortuorios, otro motivo observable al caminar hacia El Borrado son los “talleres” donde se elaboraban puntas de proyectil, raspadores, alisadores, metates y cuentas para sus adornos. Pudimos observar gran cantidad de lascas, pedacería de lítica, un pedazo de cuenta de concha nacar y más chimeneas.

La subida al abrigo es muy vertical y resbalosa, por lo cual se tiene que subir con mucho cuidado, protejerse de los tasajillos y lechugillas. Aunque llegamos al rumbo a las 8:30, para cuando comenzamos a subir eran más de las 10:00 de la mañana y el calor fuerte, aunque en el cielo aparecieran algunas nubes que por momentos nos servian de sombrilla. Llegando nos quitamos las mochilas (el Lic. Ariel Colín y yo) desenfundé el GPS, la cámara Nikon y procedimos a retratar los geométricos dibujos rupestres.

El rojo destaca, pero aquí si se observa con cuidado hay algo de color negro, amarillo tirando a naranja y tonos del rojo. Pocas pinturas en este lugar incómodo; hay que tirarse boca arriba y tomar fotos en el “techo”. El resto de las pinturas están a la vista: un sol rojo de 10 rayos, rombos perfilados en rojo y rellenos de color amarillo, líneas negras y rojas cortas como una cuenta vertical. Nada naturista o identificable.

Un descanso, recoger las cosas y seguirle. Se sube uno y se observa una rinconada plana, encañonada, donde algunos enormes rocas nos regalaron unos grabados como de portada de la revista de National Geografic.

Aunque no se ven figuras reconocibles como manos, pies, o cuerpos humanos estilizados, si pudimos ver la presencia de astas de venados cola blanca, huellas de bisonte y herramientas tales como proyectiles para flechas, navajas o cuchillos enmangados que los cazadores-recolectores utilizaban en sus faenas de supervivencia. Esta pequeña cañada se localiza a no más de dos kilómetros de Las Esperanzas y corresponde a lo que los vecinos conocen como Valle del Pelillal. La “cueva” o refugio con pinturas como ve al norte, la ubicamos en el Valle del Chupadero, aunque sea el mismo cerro de El Borrado.

Tomé más de 200 fotos, entre las chimeneas, pinturas, grabados y paisajes. La pequeña cañada está enmarcada por los cerros El Borrado y por el Lechuguilloso. Este solo lugar, lleno de sitios con manifestaciones de los nómadas, amerita otro viaje para poder detallar la mayoria de los motivos rupestres. Al final de la tarde ya para regresar a la camioneta reencontré, del lado de El Lechuguilloso, algunos grabados que recuerdan los de San Rafael o los del Junco de Parras, Coahuila.

Hace 25 años empecé a tomar fotos en este lugar, pero también transparencias para utilizarlas en mis pláticas y dar a conocer la delicadeza o el hermoso diseño grabado en muchas de las rocas de estos rumbos.

Con toda seguridad, el primero que me acompañó a estos lugares fué el Ing. Homero Gómez Valdés.; luego para efectos de adornar el Museo del Desierto estuvo el fotografo Alfredo De Stéfano, el Ing. Jose´Flores Ventura, los biólogos Arturo y Rodrigo González, el Arq. J.R. Dávila y otros amigos o interesados en los vestigios de los nómadas.

Presumo que conozco estos dos valles: Pelillal y Chupaderos, pero quedan rincones que están por descubrirse y poder seguir documentando.

                   
                             
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